La deriva geopolítica de Alberto Fernández

Si hay característica a resaltar de  un gobierno es su política exterior. Este ítem está muy presente en debates, en programas de gobierno y es muchas veces la marca registrada que deja una presidencia. Y si hay una política exterior que da para hablar es la de Argentina, que no escapa de las contradicciones de un gobierno constituido en torno a una amplia coalición electoral con distintos intereses, generando esto las constantes incoherencias que muchas veces presenciamos de la Cancillería nacional.


Pero antes de centrarnos en el análisis de la geopolítica del Frente de Todos haré un breve repaso de la historia reciente y también de la figura política de Alberto Fernández.

En los años 90 asistimos a un mundo post guerra fría, con el Consenso de Washington como doctrina imperante en la región, con Estados Unidos (EEUU) a sus anchas en un mundo unipolar dada la desaparición del fantasma del comunismo soviético y con el discurso hegemónico de “no hay alternativa”. Nuestro país bajo el gobierno de Carlos Menem fue quizás en materia económica y social el mejor aprendiz de las recetas del ya mencionado consenso (privatizaciones, desregulación del mercado, jubilaciones privadas). Y las relaciones internacionales siguieron un camino similar, siendo el canciller Guido di Tella, quien mejor lo resumió en su frase “las relaciones con EEUU son carnales”. Muestra de ello fue el alineamiento constante con la política exterior norteamericana, llegando incluso al extremo de enviar tropas a Irak durante el desarrollo de la Guerra del Golfo. Además, durante el menemismo también se dio la salida de Argentina del Movimiento de Países No Alineados y la inclusión de nuestro país como Aliado Extra-OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte).

La contrapartida de todo esto fue lo acontecido durante los 3 mandatos Kirchneristas (2003-2015), donde las relaciones con EEUU pasaron a un terreno más relacionado a la cordialidad y la cooperación en asuntos primordiales, perdiendo lugar frente a una geopolítica enmarcada en la integración regional como bandera, los afianzamientos de acuerdos estratégicos con Rusia y China y acercamientos con países del llamado Tercer Mundo (Irán, Vietnam, la Libia de Gadafi, Siria).También fueron asuntos destacados en geopolítica los relacionados a la deuda externa y su renegociación, teniendo en la cúspide de este asunto la aprobación de los “Principios Básicos para la Reestructuración de Deudas Soberanas”, documento impulsado por el Canciller Héctor Timerman  y que contó con el voto afirmativo de 136 países.

Y para cerrar este repaso histórico podemos decir que el macrismo en política exterior fue un “revival” de los 90. Alineamientos con EEUU, menor interés en la integración regional, condenas contra Venezuela y Cuba –principalmente a través de la OEA (Organización de Estados Americanos) y el grupo de Lima-  y quizás como acontecimiento más repudiable el apoyo al golpe de Estado en Bolivia (2019) suceso que se dio posterior a las elecciones de aquel año y que dieron como ganador a Alberto Fernández y que gracias a su condena a lo ocurrido y su apoyo al legitimo presidente Evo Morales que se materializó a través del asilo que se le concedió, volvió a ilusionar a un gran puñado argentinos con un retorno a una política exterior soberana y latinoamericanista como la ejecutada durante el Kirchnerismo.

Ahora bien, si vamos a hablar de Alberto Fernández es importante remarcar su histórico rol como armador político. Primero como integrante del “Grupo Calafate” que buscaba generar una corriente interna del Peronismo opuesta a Menem y que tenía como figuras relevantes a Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Posteriormente fue uno de los referentes de la campaña presidencial de Kirchner (2003) para luego ya en el gobierno ser Jefe de Gabinete, puesto gubernamental que implica una rutina constante de diálogos y negociaciones con distintas personalidades de todos los ámbitos. Con su salida del gobierno Kirchnerista fue el jefe de campaña primero de Sergio Massa del Frente Renovador en las legislativas de 2013 y en las presidenciales de 2015, y luego de Florencio Randazzo del Frente Justicialista que compitió en las legislativas de 2017.

Todo este rol histórico de Fernandez como negociador, armador y jefe de campañas nos muestran a una figura política que generalmente escapa del conflicto inherente que implica la política. Esto también ha quedado de manifiesto en su ejercicio como Presidente, con sus constantes “vueltas para atrás” en muchas medidas que anunciaba y también su anhelo constante de tener la aprobación de todos los sectores. Fernández y su círculo que siempre trata de crear el “albertismo” son la materialización de una política que paradójicamente podríamos llamar la “No-Politica”.

Obviamente toda esta forma de hacer política inevitablemente va a llevar a incoherencias y a una tremenda falta de consistencia. La Cancillería obviamente que no podría escapar de la “No-Política” de Alberto.

Cuando ocurrió el golpe en Bolivia, la condena y el posterior asilo a Evo parecían  el amanecer de una alternativa en la política exterior argentina luego de haber sido poco menos que patética durante los cuatro años de Macri. Sin embargo en 2020 ocurrirían las primeras inconsistencias, teniendo como suceso fundamental la votación en la ONU (Organización de las Naciones Unidas) de una resolución contra Venezuela impulsada por países como EEUU, Colombia, Chile, Brasil, entre otros. Esta votación se sumaría al acompañamiento en la OEA a resoluciones contra la Nicaragua Sandinista durante 2021, y también a otras resoluciones del mismo organismo contra la nación Bolivariana. Sin embargo con este último país hubo un cambio positivo ya que recientemente se abandonaron estas posturas más duras contra el país caribeño e incluso se habla de normalizar la situación de la embajadora Venezolana en nuestro país, reducida a “Encargada de Negocios”. Pero es hasta curioso que este giro se produce en medio de un anuncio del gobierno estadounidense de Joe Biden de reducir las sanciones al petróleo venezolano para disminuir la dependencia al crudo ruso en el mercado internacional. ¿Acaso se está de nuevo siguiendo la batuta de la Casa Blanca?

No es menor el dato mencionado porque desde la asunción de Joe Biden, el gobierno argentino buscó cada vez más un acercamiento con el país del norte con el objetivo de renegociar la deuda con el FMI. Alberto buscó a toda costa una foto con Biden y la consiguió en la cumbre climática de Glasgow. Pero este acercamiento también tuvo su contraparte ridícula como la foto del jefe de gabinete Juan Manzur en la embajada de EEUU con banderas de Ucrania, mostrando apoyo a este país en su conflicto con Rusia.

Y es este conflicto el que dejó más en evidencia el constante zigzagueo y la falta de coherencia de la geopolítica del gobierno. Dos semanas antes del anuncio del presidente ruso Vladimir Putin de que iniciaba una operación militar en Ucrania, Alberto estuvo en Moscú firmando una importante cantidad de acuerdos estratégicos con Rusia, Sin embargo, iniciado el conflicto, el gobierno se plegó en la postura más otanista y llegó incluso a votar por la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Más allá de lo condenable que es una guerra y de que la urgencia es la paz, es hasta contradictorio desarrollar una política exterior alineada a la OTAN, cuando esta alianza jugó un rol importante del lado de Reino Unido en la Guerra de Malvinas de la que este año se cumplen 40 años. Para destacar, otros países como México –bajo el gobierno de Lopez Obrador- tomaron posturas neutrales sin caer en alineamientos automáticos.

No se puede negar que la cancillería es también un terreno en disputa para las contradicciones de los sectores del Frente de Todos y que estas pujas llevan a idas y vueltas en las políticas y en los discursos, sin embargo pareciera que la falta de consistencia es más relacionada a una forma de ver y hacer política propia del albertismo. El mundo puede en los próximos años tener un reordenamiento en cuanto a los actores que se disputan la hegemonía geopolítica, lo cual conlleva a la necesidad de desarrollar una política exterior soberana y multipolar, sobe todo definida. Pero por lo que observamos pareciera que Alberto ya escogió en que vereda pararse.
 

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